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El patriarca del cártel del Golfo que nunca pisó la cárcel.


La vida de la mafia en Tamaulipas, Nuevo León y Coahulia, es relatada aquí con base en documentos históricos, reportes confidenciales y testimonios de narcos retirados.

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Hace cien años uno de los infortunios en estos pueblos a la ribera del Bravo era ver volar una mariposa negra dentro de la casa. Aún hoy hay gente de campo que se perturba con estos insectos, al igual que con los vuelos nocturnos y el horrible canto de las lechuzas, el cual, se cree, augura desgracia, la mala hora.

Las lechuzas resultan peores que las mariposas negras. Son vengativas y arrancan los ojos a bebés de ciertas mujeres. Contra ellas se dice aquí que no se puede hacer nada, salvo conseguir un hechizo o tener resignación. Las lechuzas son brujas. Para ser vencidas necesitan que las neutralice alguien igual que ellas. Si no, nunca mueren y nunca dejan descansar a sus enemigos.

También dice la leyenda que a Virgilio Barrera le gustaba hablar de lechuzas para provocar miedo en los años veinte, cuando su poder como traficante de mercancía ilegal en Tamaulipas era equiparable al que tenía en esa misma época Al Capone en Chicago.

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De Matamoros a Nuevo Laredo, los cronistas de la prensa de aquellos años dan cuenta del crecimiento de retorcidos mezquites con gruesos troncos y abundante follaje que regalaban sombra a los hombres que trabajaban al servicio de Barrera antes de que estos cruzaran a nado el río Bravo para llevar o traer algún producto prohibido.


Algunos mezquites eran plantados y cuidados en el árido camino por la banda “Los pasadores” de Barrera, mientras que a otros mezquites los sembraba el viento, que hacía que volaran azarosamente semillas, dejando que la lluvia ocasional y el sol hicieran el resto.

Con Barrera, vendedor de heroína y morfina, dio inicio la historia del narcotráfico en esta región fronteriza con Texas, la cual está conformada por Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, siendo éste último el estado que acapara la franja colindante con Estados Unidos. El paso del Capone tamaulipeco por estos pueblos dejó un montón de relatos fantásticos como el de la lechuza que solía tener en la sala de su casa para protegerse de sus enemigos.

Pero también quedó registro oficial de sus andanzas en el archivo del Departamento Confidencial de la secretaría de Gobernación, luego de ser capturado en octubre de 1929 por el General García de Alba, jefe del Estado Mayor de la Jefatura de Operaciones Militares de Monterrey de aquellos años.
Traficante de drogas heroícas en N. Lared, Tamps”, se titula el expediente enviado a Felipe Canales, subsecretario de Gobernación. El General García de Alba presenta así a Barrera: "Fue detenido señor Virgilio Barrera quien por denuncio de los señores Julián Garza, Ernesto García y Bruno Álvarez, es quien les provee de drogas enervantes.- Ruégole se sirva informarme si se remite a esa o es consignado en esta plaza al juez de Distrito- Al insertarlo a usted me permito dirigirle atenta súplica a fin de que este individuo sea remitido a las Islas Marías, no solamente por el mal que causa por la venta de drogas, sino también por ser contrabandista reconocido, al que esta jefatura no ha dejado de vigilarlo por las diferentes denuncias que ha recibido contra el expresado sujeto”.

Por esa misma época en la que Barrera es capturado, además de mezquites, se sembraban adormidera y mariguana en la región. La producción nunca alcanzó los niveles que en Sinaloa o Sonora, pero llegó a tal grado que en los setenta, los campesinos del noreste compitieron un par de años con Michoacán, Colima y Guerrero, tres de las entidades en las cuales creció la siembra de enervantes mientras se llevaba a cabo la operación militar Cóndor en contra de los plantíos del llamado Triángulo Dorado que conforman Sinaloa, Durango y Chihuahua.

El 18 de agosto de 1975, El Extra de Monterrey publicó en su portada: “Hallan en Galeana más de dos toneladas de mariguana”. En ella se relataba que la droga había sido decomisada por agentes de la Policía Judicial Federal en el Ejido San Francisco Berlanga, el cual sigue existiendo hoy en día, aunque no son ni 300 los habitantes que viven en la serranía ubicada a casi dos mil metros de altura.
En dicho lugar -dice el segundo párrafo de la nota- se llevó a cabo la captura de tres individuos que se dedicaban al cultivo y siembra de mariguana, semilla que habían adquirido a un narcotraficante en Matehuala, San Luis Potosí, dijo el licenciado Alejandro Arenas Gallegos, Agente del Ministerio Público Federal”. Los detenidos declararon ante el Ministerio Público que habían comprado a mil pesos el kilo de semillas de la planta. Su proveedor era un hombre llamado Martín, oriundo de Michoacán, quien les había vendido dos kilos suficientes para producir cerca de 8 mil plantas.
Juan Moreno, el más joven de los detenidos, declaró que él solo cuidaba el plantío pero no sabía que se trataba de algo ilegal. “Los otros dos estás (sic) confesos de que era la primera vez que se metían al ilícito negocio de la mariguana dado que se disponían a buscar clientes en la frontera dentro de mes y medio, fecha en que estaría listo el cultivo de la hierba”, concluye la noticia, una de las tantas que había con frecuencia en los diarios de entonces sobre la detección de sembradíos en Tamulipas y Nuevo León.

En esos mismos setenta, Nuevo Laredo vivió su primera gran oleada de asesinatos provocados por el negocio del narcotráfico. En 1971, el último año de la administración de Francisco Garza Gutiérrez, fueron ejecutadas 33 personas, entre presuntos narcos, policías y civiles que accidentalmente se toparon con los enfrentamientos armados. Al año siguiente la cifra de crímenes subió a sesenta, cuando iniciaba su trienio el alcalde Abdón Rodríguez Sánchez. En los diarios de la época se habla de estos crímenes como “los asesinatos chacalescos” y se dice que el comienzo de estos es el 2 de noviembre de 1970 cuando son ejecutados dos agentes federales, supuestamente comprometidos con la mafia: Rafael Hernández Hernández y Álvaro Díaz de León, en la taquería “La Liberia”.
Otros dos policías pero secretos también estuvieron entre las víctimas de esta primera gran ola de violencia provocada por el control del tráfico ilegal en Tamaulipas. Uno se llamaba Juan José Aguinaga Ríos, el cual fue acribillado el 24 de mayo de 1971 en la cantina “Los Ojos Verdes” y el otro era Bernardino Montemayor.

A raíz de la escalada violenta, surgiría el liderazgo de Juan Nepomuceno Guerra, quien por entonces ya era un traficante bien conectado con el poder en Tamaulipas. El hombre considerado como fundador de “El Cártel del Golfo” vivía en Matamoros y desde ahí controlaba no solo el paso de droga, sino también el de autos robados. Su carrera la había iniciado traficando whisky en los treinta, después de la detención y el envío de Virgilio Barrera a Las Islas Marías. En los setenta, en medio de la lucha entre bandas en Nuevo Laredo y contando con el apoyo de la policía judicial, Guerra se afianzó como el nuevo jefe de “la plaza”.

Quizá el caso de Juan N. Guerra es uno de los que prueba lo que vienen diciendo desde hace varios años especialistas del tema del narco en México como el profesor español Carlos Resa Nestares, quien considera que la especificidad fundamental del crimen organizado en México es que se origina, se sostiene y nutre desde las estructuras del Estado, en particular de aquellas que teóricamente existen para combatir, precisamente, a la delincuencia. Las inmensas diferencias en niveles de renta y de poder, junto a factores como el escaso desarrollo de la sociedad civil, ayudaron a crear las condiciones para ello en lugares como el noreste del país.

Resa Nestares, consultor de la Oficina de las Naciones Unidas sobre Drogas y Delincuencia, sostiene en su estudio “Sistema político y delincuencia organizada en México”, que las asociaciones criminales mexicanas no pueden situarse dentro de los modelos habituales de delincuencia organizada y sus conexiones con el poder político, sino en el concepto de crimen organizado de Estado, al que define como “actos que la ley considera delictivos (pero que son) cometidos por funcionarios del Estado en la persecución de sus objetivos como representantes del Estado”.

Este era el tipo de operaciones que encabezaba Guerra y las cuales, de 1930 a 1980, en cincuenta años de trayectoria, le llegaron a dar 5 mil millones de dólares, de acuerdo con reportes oficiales dados a conocer en 1987, en los cuales se le adjudicaba también la posesión de 3 mil hectáreas de tierra en Tamaulipas y Nuevo León.

Además de controlar el cruce ilegal por la frontera, Juan N. Guerra respaldó políticamente al PRI a través de la CTM, que recibía jugosos donativos periódicamente. A cambio de este apoyo, un sobrino de él, Jesús Roberto Guerra, fue presidente municipal de Matamoros de 1984 a 1987. Sin embargo, otro de sus sobrinos, Juan García Ábrego, sería el que se distinguiría por su capacidad para manejar los negocios de la familia.

Soy un ciudadano que se ha dedicado a trabajar. Soy agricultor, ganadero, transportista… soy un hombre triunfador y cuando un hombre tiene éxito surgen enemigos gratuitos. Mi imagen está limpia por completo y si no pregúntele a la gente que todo lo sabe,” declaró Guerra en entrevista con la reportera Irma Rosa Martínez en 1987, ya retirado de la vida agitada a causa de una apoplejía que le paralizó el lado izquierdo del cuerpo, provocando que su rutina de todos los días se convirtiera en irse a sentar a la misma mesa del restaurante Piedras Negras, en Matamoros.

Sin embargo, cuando se preguntaba a la gente o las autoridades de aquella época sobre la carrera triunfadora de Guerra, la historia era muy diferente, explica el investigador Froylán Enciso. Dos de los tantos asesinatos que se le atribuían a él directamente eran el de su propia esposa (por supuestamente serle infiel con el comediante Resortes) y el de Francisco Villa Coss, hijo del héroe revolucionario que trabajó como comandante de la aduana en la región.

El 11 de junio de 2001, Juan N. Guerra murió en Matamoros cuando se estaba consolidando la transformación de su vieja organización delictiva regional en una empresa de altos vuelos internacionales asociada con un sanguinario núcleo paramilitar conformado por desertores elite del Ejército Mexicano Juan N. Guerra murió sin pisar la cárcel.
El patriarca del cártel nunca pisó la cárcel.

Como sobrino de Juan N. Guerra, Juan García Ábrego, ya realizaba algunas gestiones de la empresa familiar desde los ochenta y finalmente fue quien lo reemplazó de forma definitiva a partir de principios de los noventa, cuando Guillermo González Calderoni, el superpolicía del inicio del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, amplió a los grupos delictivos, la reconfiguración del poder del nuevo sexenio presidencial y lo incluyó a él como jefe de la compañía llamada: El Cártel del Golfo....

Fuente: El blog del narco
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