Durante los seis meses que estuvo prófugo, Joaquín El Chapo Guzmán sólo dejó una vez su zona de confort. Según fuentes de primer nivel en la Comisión Nacional de Seguridad, fue a Tijuana a recibir un tratamiento estético y a someterse a una intervención quirúrgica para la implantación de una prótesis, procedimiento que usualmente requiere anestesia general y un quirófano, por lo que no se lo pudo practicar en la sierra.
Porque el monte era su refugio. Y aunque ahí solía estar rodeado de una treintena de guardias, su mejor arma siempre fue el tiempo.
Desde lo alto de la accidentada orografía, donde solía establecer sus rústicos campamentos, tenía control sobre el tiempo.
En La Piedrosa terminó de construir su cabaña dos semanas antes de fugarse de Almoloya, y aunque con mínimas comodidades, contaba con antenas de microondas para recibir internet y radios con encriptado de última generación.
Desde ahí, rodeado de una población que lo quiere y le debe, detectaba cualquier movimiento inusual. Y arrinconaba a la autoridad: un comando por tierra despertaría sospechas con seis horas de anticipación, paracaidistas no son alternativa por lo cerrado del follaje y hasta el asalto en helicóptero se escucha con quince minutos de avance, suficiente tiempo para escapar y perderse en el bosque.
En la Sierra Madre entre Sinaloa y Durango, o el Triángulo Dorado donde a tales estados se suma Chihuahua —ambas áreas dominadas por el Cártel de Sinaloa—, el mejor medio de transporte es la avioneta.
Y El Chapo solía mandar en esos cielos.
Según la averiguación previa, durante los seis meses que estuvo prófugo, el narcotraficante más buscado del mundo tuvo a su disposición 200 pistas clandestinas y 500 avionetas tipo Cesna.
De acuerdo con información de inteligencia federal, los cursos para aprender a manejarlas cuestan 120 mil pesos y duran medio año. Con eso se gradúan los pilotos “llaneros”, capaces de aterrizar en lo que oficialmente se llaman pistas clandestinas, pero que muchas veces son casi terrenos baldíos entre montes y barrancas, con matorrales, hoyos y menos largas que una cancha de futbol. En ellos “bajaba” El Chapo y completaba los tramos cortos en cuatrimotos, caballos y hasta mulas.
Cuando en su operativo conjunto la Marina y el Cisen aseguraron 14 pistas pavimentadas, las operaciones aéreas —que sus dueños juraban que eran legales— bajaron de diez vuelos diarios a un vuelo al mes.
Según información oficial, al jefe del Cártel de Sinaloa le mantienen incautadas 200 avionetas.
Ante ese dominio, en la recta final del año pasado las autoridades planearon volverle inhóspita la sierra al capo de capos. Lo querían en alguna ciudad para agarrarlo.
Así que al frío brutal de la temporada le sumaron un triple ataque: el Ejército lo empujó hacia las ciudades de Sinaloa con una presencia de 2 mil 500 elementos haciendo labores de erradicación de plantíos en el mundo rural del Triángulo Dorado; la Marina desplegó mil de los suyos en retenes de sur a norte de Sinaloa; y la Unidad de Operaciones Especiales de la Armada cateó y aseguró propiedades históricas del cártel en bastiones como Culiacán.
A decir de los analistas de información del Cisen e Inteligencia Naval, a quienes tuve acceso a partir de la captura del más buscado, esto fue orillando a El Chapo a Los Mochis, una plaza que no es del todo suya, pues la disputa con su rival local El Chapo Isidro Meza Flores.
Además, sus casas de seguridad en Culiacán —en la mismita colonia de aquellas cinco que tenía interconectadas con túneles y el drenaje en 2014— no estaban listas.
Y de las dos que mandó hacer en Los Mochis, la de la calle de Heriberto Valdés 1427 no se terminó pero sí la de Boulevard Jiquilpan 1002 (donde fue la balacera). La idea era que ambas estuvieran conectadas pues las separan sólo 650 metros, pero faltó tiempo.
El encargado de “adaptarlas” fue Fernando Quintanar Esparza, alias El Plomero, detenido en la Operación Cisne Negro. Le pusieron ese apodo porque tiene un negocio establecido de plomería.
De acuerdo con el reporte de inteligencia federal, los primeros días de este mes, sus superiores en la organización criminal le pidieron apurarse porque “ya va a llegar la abuela” y a la casa le faltaban focos y televisión satelital, este último, un vicio de Guzmán Loera. Inciertos de quién era “la abuela”, lo de la tele les dio una pista.
La otra pista clave fue que “la abuela”, que llegó la noche del 6 de enero, pidió comida china (de las favoritas del líder del cártel) y tacos para un séquito de trece personas.
A los dos días fue detenido.
El mismo comando de la Marina que lo aprehendió hace dos años, lo custodió en el vuelo de Los Mochis a la ciudad de México. Cuentan que tras la primera detención, en febrero de 2014, Guzmán Loera lucía nervioso, ansioso, inquieto. Pero que en esta segunda, lo vieron relajado, pensativo.
El último vuelo de El Chapo ha sido en un avión… que no era de su aerolínea.
Fuente: El blog del narco
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