La joven agarro el teléfono celular. No estaba nerviosa, no, más bien aparentaba desenfado. Actuaba con la lentitud de no importarle lo que hacía, de no tener prisa, de estar más allá.
Comenzó a hablar fuerte, varios testigos recuerdan la conversación.
“Amor, ¿Qué crees?, choqué otra vez…Sí. Ajá. Ay, mi amor, qué lindo. Sí. Sí. Sí. Aquí por la… ¿Cómo se llama esta calle?”, pregunto sin dirigirse a nadie en particular, y no falto el aprontado: “El la Francisco Villa.” El accidente había sido en el centro de Culiacán.
La joven traía una camioneta negra Chevrolet nuevecita, tipo buchona. Tres choques habían protagonizado en apenas mes y medio. Circulaba por la Donato Guerra, de norte a sur, y no hizo alto en la esquina de la Francisco Villa. Entronque peligroso: todos los días y a todas horas hay choques y peatones atropellados. “Iba descuidada”, así se lo dijo al oficial de la Coordinación Municipal de Transito que tomaba nota, venía buscando el teléfono celular, que sonaba y sonaba, no vio la señal de alto instalada en la esquina.
“No hizo alto”, le dije al agente, ataviado con su uniforme café. La Chevrolet pegó muy fuerte con esa camioneta Nissan de modelo viejo en la que iba una familia que vende elotes calientes y esquites.
Los niños que viajaban en la parte de atrás resultaron con quemaduras: con el golpe y el frenón la olla casi se les viene encima y alcanzo a caerles el jugo caliente de los esquites. Los dos menores fueron trasladados a la Cruz Roja, por una ambulancia, donde fueron atendidos por quemaduras de primer grado.
No fueron la única víctima de ese percance. Los que iban adelante, un par de ancianos, también se golpearon. Ellos estaban temblorosos. Las arrugas se les multiplicaron u ahondaron con sus gestos de susto y preocupación cuando vieron a los niños llorando.
El señor de la carreta de tacos de cabeza que puebla religiosamente la esquina de Villa y Donato Guerra fue otro de los damnificados. La carreta quedo descuadrada y arriba de la banqueta. Mesas y bancas desaparecieron en el asfalto.
A pesar de que se encontraban estacionados otros tres carros fueron afectados por la imprudencia.
Resultaron con golpes en los guardafangos, en las defensas traseras, las puertas, los espejos, las salpicaderas. Uno de ellos, un Platina modelo 2005, quedó con la mitad trasera como acordeón.
Cuando su dueña, que trabaja en una oficina que está en la esquina de ese crucero, vio su vehículo destrozado, pensó que era pérdida total. “¡Ni siquiera he terminado de pagarlo!”, le comentó al oficial de tránsito.
La responsable del percance seguí con el teléfono celular pegado a la oreja: arrastrando su melodiosa voz, viajando por ese rinconcito de la ciudad que parecía zona de guerra. La dueña del Platina la escucho decir “voy a hablarle a mi novio para que venga y arregle”. A los cinco minutos llegó un hombre con un maletín pequeño, como cangurera. Arribó al lugar como buscando a Dios para que le pidiera perdón. Miró todo por encima y pregunto quiénes eran los afectados. Los agentes de tránsito se le quedaron viendo mientras hacían los peritajes. Los socorristas de la Cruz Roja atendían a los niños y a los ancianos. Los de la aseguradora tomaban fotos, preguntaban y tomaban nota para elaborar sus reportes.
El hombre recorrió la zona. Parecía flotar. Corrió el cierre y saco billetes. Puños. Le dio a todos: billetes a los ancianos, billetes a los policías, al de la carreta de tacos de la esquina, quien al momento de estirar la mano le espeto que su carreta valía por lo menos 30 mil pesos, así que se los puso en la palma sin chistar.
Billetes como arroz. Para hacer a modo el reporte vía de tránsito. Y que no haya problemas. Y que no pase nada. Y que todos se vallan contentos.
A la del Platina que estaba estacionado le ofrecían 20 mil pero los rechazo, “Yo le dije que no le iba a agarrar el dinero ni aunque me diera 50 o 100 mil pesos en ese momento. Porque no sabía cuánto me iba a costar arreglar el carro, y para mí, con solo verlo, era pérdida total”, comento por la tarde a un periódico local.
Los tránsitos la vieron. Los de la aseguradora, su aseguradora también la vieron. Le dijeron: “Agárrelos, oiga. Agárrelos y que ahí muera la bronca.” Ella contesto que no. Y no.
Al otro día los periódicos hablaron de un choque. Céntrico crucero. Impactan varias unidades. Varios heridos, entre ellos una niña. Los auxilia la Cruz Roja. Perdidas en miles de pesos. El saldo total, según el reporte publicado en los diarios fue de tres mujeres lesionadas, incluyendo la conductora de la camioneta Chevrolet, placas TX-05573, de Sinaloa. Los otros lesionados viajaban en una unidad de modelo viejo Nissan, color gris con placas del estado de Michoacán, en la que trasladaban ollas con agua caliente y elotes.
Socorristas de la Cruz Roja, indica el reporte de este cuerpo de auxilio, arribaron al sitio de la ambulancia 225 y le brindaron los primeros auxilios a la menor. Los paramédicos indicaron que la niña Nancy Mariel Ochoa presentó quemaduras en el glúteo, y su mamá, de nombre Silvia Judith Armenta Luna, de 29 años, sufrió golpes en el brazo izquierdo. La conductora de la camioneta negra tenía lesiones leves en tórax y cuello.
“La menor viajaba en la caja trasera de la camioneta junto con otros dos menores. Cuando llegaron al cruce de la calle Donato Guerra y avenida Francisco Villa dicho vehículo se impactó contra una camioneta Chevrlet, negra, con placas TX-05573 de Sinaloa, misma que manejaba Fabiola Guadalupe Leyva Cervantes. Durante el impacto la niña resulto quemada debido a que llevaban una olla con agua caliente, en la que traían elotes.”
Mes y medio después, la empresa aseguradora de los dueños del Platina y de la camioneta negra llegaron a un arreglo. No hubo necesidad de turnar el caso a la agencia de Ministerio Púbico que atiende estos percances: el del maletín pequeño, con los billetes rebosantes, pago 50 mil pesos en efectivo.
El Platina quedo con los asientos nuevos y toda la parte trasera, desde la cajuela hasta la mitad de la unidad, totalmente renovada. Pero du dueña sigue escuchando la voz gritona, golpeada y desenfadada, de la joven aquella de cerca de 25 años, cantando por el teléfono celular: “Amor, que crees…”
Y más porque la cuota de choques y accidentes automovilísticos en el lugar se mantiene. Y también el miedo.
Fuente: El blog del narco
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