El 26 de septiembre de 2014, a las 20:35, Bernardo Flores, titular de la Cartera de Lucha de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, recibió una llamada de auxilio. Diez de los normalistas que habían tomado un camión en el entronque de Huitzuco fueron secuestrados dentro de la terminal de Iguala.
El Estrella de Oro 1568 en el que habían salido Bernardo y entre 40 y 50 estudiantes partió de los alrededores de la caseta de Iguala donde se hallaban boteando para ir a liberar a sus compañeros. El Estrella de Oro 1531, el segundo de los autobuses que salieron de Ayotzinapa transportando a otros 40 a 50 normalistas en el crucero de Huitzuco, hizo lo mismo.
Contrario a la tesis de la telenovela oficial La noche de Iguala y a la versión impuesta por la PGR como “verdad histórica”, el objetivo de los casi 100 normalistas jamás fue entrar a Iguala. De hecho, lo evitaron a toda costa y consensuaron no hacerlo desde un día antes, durante una reunión de bases en el auditorio de la normal. Sólo la emergencia de la detención de sus 10 compañeros por un chofer que le echó llave al autobús que los transportaba, los obligó a correr el enorme riesgo de adentrarse a aquel narcomunicipio.
Minutos después de las 21:00, los estudiantes se cubrieron las cabezas con sus camisetas y bajaron a toda prisa en los andenes de la terminal. Liberaron a los 10 estudiantes detenidos por el chofer y decidieron que, ya que estaban en el nido de las líneas de autobuses, no se irían con las manos vacías. Como ya se sabe, requerían tomar al menos 25 autobuses para transportar a los representantes de la FECSM hasta la marcha del 2 de octubre en la capital del país.
Fue así que los casi 100 muchachos se repartieron a toda prisa por los andenes de la terminal. Fueron tres los nuevos autobuses que tomaron temporalmente los normalistas. Dos de la línea Costa Line, con números económicos 2510 y 2012. Y, entre las prisas y el caos, 14 muchachos se apropiaron de un último Estrella Roja adicional, con número 3278, ya enfilado hacia la salida y con el motor en marcha.
Ese Estrella Roja 3278 fue el único de los cinco autobuses que tomó la salida correcta, la del arco sur por la calle de Altamirano, con la intención de alcanzar la carretera a Chilpancingo. Y los muchachos pudieron abordarlo sin contratiempos. La versión de la PGR —conocida ahora como la “mentira histórica”— y la de algunos periodistas de medios orgánicos —que incluso se atrevieron a publicar libros al respecto— borraron sospechosamente a este quinto autobús Estrella Roja del mapa. ¿Por qué? Temerían quizá que fuera hallado el eslabón perdido que conecta al cártel de los Guerreros Unidos con el operativo letal montado por el Estado mexicano para impedir que esa noche los normalistas salieran de Iguala.
No obstante, hace meses que muchos de los que escribimos al respecto desde Ayotzinapa, entre ellos periodistas serios e independientes como John Gibler, ya hablábamos de este quinto camión.
A diferencia de los otros cuatro conductores que, o bien no conocían la ciudad o simplemente se negaban a transportar a los normalistas, el comportamiento del operador de la unidad Estrella Roja para llevar la unidad a Ayotzinapa fue inmejorable, según me narraron varios de los 14 estudiantes que lo abordaron. El chofer sólo pidió una cosa a cambio: que le dieran cinco minutos para que su esposa le llevara unos documentos antes de dejar Iguala. Los normalistas aceptaron con mucha desconfianza. La manera tan extraña en que el operador se comunicó por celular los hizo recelar y al fin lo obligaron a que reanudara la marcha.
El periodista José Reveles ha escrito sobre cómo la agencia antidrogas de Estados Unidos —Drug Enforcement Administration, DEA por sus siglas en inglés— llevaba un año espiando a la conexión del cártel de los Guerreros Unidos en la ciudad de Chicago y sus almacenes en suburbios como Batavia y Aurora. Afirma que es de lo más usual el transporte de goma de opio o dinero en autobuses de línea comercial por medio de clavos (“compartimientos secretos fabricados exprofeso, que, en la mayoría de las ocasiones, logran cruzar retenes, aduanas y todo tipo de controles electrónicos, rayos láser, arcos detectores, binomios caninos, […] cargas ocultas en el aire acondicionado, adosadas a la caja de velocidades, aparejadas al depósito de combustible, bajo el camastro en que suelen descansar los choferes detrás del asiento del conductor, o simplemente en maletas dentro del compartimiento del equipaje”).
El método de trasiego para Guerreros Unidos ha sido tan próspero que han fundado ya sus dos propias líneas de ómnibus. Pero lo más revelador del texto de Reveles es el código que descifró la agencia estadunidense y mediante el cual se suelen comunicar los miembros del cártel con los operadores. Tía, por ejemplo, se usa para referirse al autobús. Los paquetes de droga son llamados niños. Los compartimentos ocultos o clavos son llamados carteras. Y, para el dinero que viaja en los autobuses, documentos.
Durante las muchas entrevistas que realicé para mi libro Ayotzinapa, el rostro de los desaparecidos a lo largo de este año con varios de los 14 normalistas que viajaban en el Estrella Roja, había una constante. Todos ellos, sin falta, hacían referencia a esos cinco minutos en que el conductor del Estrella Roja se detuvo a realizar la inusual llamada telefónica. Todos ellos remarcaban la extrañeza de su lenguaje: un monólogo donde palabras como esposa y documentos se repetían con mucha insistencia.
Inexplicablemente, ese autobús Estrella Roja fue el único que sobrevivió intacto al operativo coordinado por el Estado mexicano y el crimen organizado la noche de Iguala del 26 de septiembre de 2014. Los 14 muchachos que viajaban en él resultaron ilesos en ese operativo sanguinario montado por los distintos niveles de policía y el Ejército mexicano para impedir que los normalistas salieran de la ciudad a bordo de esos cinco autobuses.
Al llegar a las inmediaciones del puente elevado frente al Palacio de Justicia, el chofer del Estrella Roja se apeó, dialogó algo con los policías federales que les habían cerrado el paso. Los normalistas intentaron hacerse pasar por pasajeros comunes y corrientes, pero cuando descendieron al arcén fueron encañonados. Sin embargo, tuvieron el tiempo justo para huir y ocultarse en una colonia cercana, donde permanecieron un buen rato antes de animarse a volver. Una distracción de sus captores que no tuvieron, en definitiva, los que levantaron a los 43 estudiantes hasta hoy desaparecidos.
La versión en el expediente publicado por la PGR afirma, falsamente, que ese autobús Estrella Roja fue destruido por los normalistas poco después de salir de la terminal de Iguala: “Logrando sacar 3 camiones de la empresa 2 Costa Line dos con placas 854HS1 y 227HY9 y el tercer camión el cual fue destrozado y dejado a las afueras de la Central Camionera”.
Tal como lo asienta el informe del GIEI de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “la invisibilización de este autobús tuvo serias consecuencias para la investigación ya que no se indagó la posible presencia de Policía Federal en la escena del crimen del Palacio de Justicia. El hecho de que el autobús no apareciera registrado en la investigación y se hubiera narrado sobre el mismo un suceso que no ocurrió (que fue destruido a la salida de la estación) es en sí mismo un elemento de sospecha. ¿Por qué se omitió? ¿Por qué no se procesó, por qué no se tomaron evidencias? ¿Por qué no se identificó hasta que el GIEI señaló su existencia?”.
Y más aún. En julio de este año, el GIEI realizó una inspección ocultar del supuesto autobús Estrella Roja. Los expertos de la CIDH hallaron serias diferencias entre el autobús almacenado como evidencia y el que originalmente había trasportado a los normalistas la noche del 26 de septiembre. Había sido cambiado por otro.
¿Qué lodazal de corrupción se esconde detrás del intento de desaparición de ese quinto autobús en la narrativa y en la práctica, así como en la insistencia de periodistas fieles al régimen por borrar su existencia en sus reportajes, libros y películas?
Cada vez parece haber menos dudas de que en el caso Ayotzinapa el culpable fue el Estado.
Fuente: El blog del narco
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