Érase una vez un hombre que durante toda su vida trabajaba y juntaba dinero. Cuando se trataba de asuntos de finanzas, nadie le ofrecía parangón.
Quería al dinero más que todo en el mundo, y poco antes de su muerte le dijo a su mujer: “Mira, cuando me muera, quiero que metas todo mi dinero en el ataúd. Quiero llevar conmigo todo el dinero cuando esté en el otro mundo”.
Así fue como su mujer le prometió sinceramente que metería todo el dinero en el ataúd.
Llegó el día, el hombre murió. En el funeral el hombre estaba tumbado en el ataúd, y la mujer estaba sentada próximamente, vestida de negro; cerca de ella se encontraba su mejor amiga. Cuando la ceremonia de despedida terminó y empezaron a cerrar la tapa del ataúd, la mujer se puso de pie y dijo: “¡Esperen un minuto!” En sus manos llevaba una caja de zapatos.
Se acercó y metió la caja en el ataúd. Después cerraron el féretro y se lo llevaron.
–Espero que no estés loca, ¿acaso has metido todo el dinero con ese viejo tacaño? –preguntó la amiga. La mujer contestó: –Sí, he puesto el dinero allí, como prometí. Soy verdadera cristiana y no puedo mentir. Prometí que metería todo el dinero con él. –¿Quieres decir que has puesto en el ataúd todo, hasta el último centavo? –se asombró su amiga. –Ciertamente –contestó la viuda.
–Ahorré todo el dinero, lo deposité en el banco, y le extendí un cheque con toda la suma.
Quién podría imaginar que, sin faltar a nuestra palabra, uno puede hacerlo todo a su modo de ver, ¡de forma tan aguda y razonablemente! A veces, tanto en la avaricia como en el derroche, la gente excede los límites. Sin embargo, ¡no siempre tiene suerte!
Fuente: Cadenanoticias
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