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El “Chapo Guzman” y el viacrucis mediático del gobierno Mexicano.


Desde hace un buen rato, la señora Kate del Castillo le ganó al gobierno federal el debate público sobre su relación personal y de negocios con Joaquín El Chapo Guzmán Loera, a quien insiste (quién sabe si eso es parte del arreglo, o pura admiración) en presentar no como el déspota criminal que todos conocemos, sino como un hombre de “buenos sentimientos”, una especie de charro de película de Ismael Rodríguez. Un romántico empedernido.

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Comparado con el Capo, después de escuchar el bien estructurado guión de la actriz, Mi Gordo —un ejecutivo de seguros que de vez en vez me sorprende con una versión distinta de Cama y Mesa, nuestra canción de amor—  no es más que un frívolo.


 --Te cuidaré más que a mis ojos, le escribía por mensaje de teléfono, con pasión adolescente, el líder del Cártel de Sinaloa.

 --Él me atravesaba con la mirada, yo me sentía morir, confirmaría ella, impactada casi hasta el infarto.


 Por cierto, la frase, sacada del relato en rosa que publicó en la revista Proceso y que parece haber sido escrito para el público  de TVyNotas, bien mereció la caricatura de Calderón en Reforma; ella dibujada de caperucita roja, lanzando su soliloquio (“Y entonces me dije ¿Dónde hemos fallado como mexicanos? ¿qué puedo hacer para ayudar?”) mientras se hace llevar por el lobo, de mirada torva y penetrante.

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La actriz es insistente en cada una de sus presentaciones, en su objetivo de borrar de la memoria colectiva cualquier huella de sus nexos con el narcotraficante, y por supuesto, en declararse inocente de cualquier violación a leyes mexicanas y a cualquier cargo que le quiera imputar el gobierno, relacionados a su actitud de connivencia con el personaje que, cuando la recibía harto cariñoso en su guarida, era el delincuente más buscado por las autoridades de México y de Estados Unidos.

Si entabló comunicación directa con el fugitivo, si éste le cedió los derechos de la entrevista y de una eventual película (con los beneficios económicos que ello atañe), si ella y el actor Sean Penn usaron una avioneta con dispositivos especiales para escapar a los radares del gobierno y peor, si engañaron a militares en un retén, son cosas que ya nadie se pregunta. ¿Lavado de dinero en Hollywood?, ni quien sospeche. Ahora lo que preocupa es cómo se siente la niña ante la embestida del gobierno en su contra. Pobre.

Por eso lo que Kate del Castillo declare esta semana con Carmen Aristegui  y que la periodista ha anunciado en sus redes sociales con el sugerente título "Tengo miedo del gobierno mexicano", no es ninguna sorpresa porque codifica una defensa basada en la lógica mediática, que primero intenta reivindicar al personaje malo de la historia y luego quiere hacer creer a la audiencia que no hay delitos y que por tanto, si se procede contra ella sería solo por venganza y no por afán de justicia.

 Frente a Carmen Aristegui, Kate le confesará su miedo al gobierno mexicano que la persigue, e insistirá en que su relación con el Capo es “especial”, que no atañe contraprestaciones económicas y que lo único que los une es la mutua admiración. Aunque lo de ella claro, es profesional; en cambio al Chapo le puede estar pasando que a quien admira no es a ella, sino a Teresita Mendoza, el personaje que Del Castillo interpretó para la serie de televisión “La Reina del Sur”.

Así las cosas, el gobierno tendrá esta semana su propio viacrucis mediático y no faltarán quienes pretendan crucificarlo porque como en el pasaje bíblico, todo indica que las masas (alentadas por una prensa que odia a Enrique Peña Nieto) parece que preferirán liberar de toda culpa al “Chapo Barrabás”, aunque eso signifique ponerle otra pesada cruz en el lomo a una autoridad que, por cierto, nos guste o no, nos representa a todos, y que se ha visto bastante lerda e ineficiente para, perdida la batalla de la prensa, actuar donde se supone que tiene todo bajo control: el campo legal.

Si se decide, con todo y que ya se escuchan los gritos de “¡crucificadle, crucificadle!”, este gobierno puede darle al mundo una lección. Que nadie puede aliarse con criminales y sentir que hace un bien. Los malos ejemplos cunden, cuidado. Pero para ello se requiere apego a la legalidad, debido proceso y una decisión firme por hacer justicia ahí donde ésta cuenta, en los tribunales (y no como quisieron algunos funcionarios al filtrar y descomponer el caso, en los medios).

Fuente: SDP Noticias
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