Algunos padres (por suerte no los míos) actúan como en la vieja escuela y, aún en nuestros días, reprenden a sus hijos dándoles nalgadas cuando se portan mal o hacen alguna travesura.
La idoneidad de esta técnica como forma de disciplinar, termina siempre en un apasionado debate y en acaloradas discusiones.
Un análisis realizado durante medio siglo sugiere que, aparte del efecto psicológico que repercutirá en el menor, puede resultar en un alto precio que deberán pagar los padres en el futuro.
Los medición de los efectos de los golpes es complicada en el sentido de que suelen ir acompañadas de otras formas de castigo físico, y los estudios no desmenuzan a las nalgadas por sí solas, sino como un todo en cuanto a violencia.
En el Journal of Family Psychology (Diario de la Psicología Familiar), la médico Elizabeth Gershoff, de la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, estudió el caso y determinó que es una forma ineficaz para lograr que los niños obedezcan los deseos de los padres.
“Nuestro análisis se centra en lo que la mayoría reconocerá como azotes y no como comportamientos potencialmente abusivas“.
-Elizabeth Gershoff a Eurek Alert-
Los adultos que fueron azotados en su infancia, son más propensos a sufrir problemas de salud mental y suelen comportarse de manera antisocial.
Los estudios de la UNICEF, de la mano con la investigación de Elizabeth, indican que cuanto más a menudo un niño o una niña reciba un golpe, más probable es que muestre efectos negativos. Como sociedad, se piensa que los abusos y las nalgadas son cosas distintas entre sí, pero la investigación vincula los mismos resultados negativos en niños que han sido maltratados y los han recibido nalgadas como forma de castigo.
En definitiva, los azotes se asocian con resultados perjudiciales y no deseados.
Las nalgadas y los abusos siempre traerán una reacción violenta. Nada de eso sustituye a las palabras amorosas de los papás para enseñarnos el bien.
Fuente: Upsocl
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