Sedena estuvo a punto de capturar a "EL MAYO ZAMBADA" en Sinaloa


Sintió de cerca al Ejército, “arriba, sobre su cabeza”, pero pudo huir

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En 2009 al comenzar el año elementos del ejercito estuvieron apunto de capturar al ahora jefe del Cartel de Sinaloa, esta es la crónica de esa noche.

Aquel atardecer Ismael Zambada García estuvo más inquieto que de costumbre. Su instinto de hombre del monte le avisaba que las cosas no andaban bien en aquel cerro del sur del municipio de Culiacán.

Sus vigilantes le pasaban el mismo reporte que se volvió repetitivo en los últimos días: el Ejército se movilizaba recorriendo la zona. Los militares instalaban campamentos y a través de helicópteros les llevaban víveres y suministros de guerra.

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“Andan muy activos los boludos”, le informaba su gente. “No se descuiden, esténse muy pendientes”, les ordenó.

Hasta el refugio llegaba ocasionalmente el ruido de las naves militares. El Mayo Zambada agudizaba los sentidos. Cuando el silencio lo permitía, algunos sonidos cercanos le hacían saber que las cosas no andaban bien.

Y no. Empezaba a negrear el lomerío cuando recibió por radio el aviso de que los soldados estaban cerca de la guarida. “Váyanse, están sobre ustedes”.


De alguna manera, la tropa pudo aproximarse al Mayo burlando los múltiples círculos de seguridad que se tienden alrededor del capo. En carreteras, caminos, veredas, lomas y matorrales se “siembran” hombres, unos armados, otros confundidos con el entorno, disfrazados de lo que sea, que vigilan la vanguardia y la retaguardia del jefe del cártel de Sinaloa.

Apenas tuvo tiempo de decidir la huida, cuando el motor de un helicóptero se escuchó. Estaban sobre su cabeza, en la oscuridad, desembarcando encapuchados de un comando de asalto de la milicia. Las ramas de los árboles y los arbustos abundantes lo protegieron. Él, con tres de sus guardaespaldas, tomó rumbo a la penumbra. Un reflejo de sobrevivencia le dijo que fuera hacia las sombras, donde más oscuro estuviera.

Sintió las botas de los soldados pisándole los talones. Los gritos de “¡Allá están, allá van!” y el ensordecedor estruendo de las hélices rompiendo el viento. Optó por correr agazapado, a ras de tierra, buscando que nada lo delatara, ni siquiera el crujir de las ramas.

Enseguida, tras media hora de correr por el monte, llegó la calma. El sigilo continuó por dos o tres horas más de caminar sobre rocas, matas y esquivando los brazos de mezquites, brasiles y vara blanca. Ninguna palabra que pudiera delatarlos ante la casi segura presencia de los soldados en toda esa zona.

Sin saber “pa’ dónde” iban ni “onde” estaban, marchaban y marchaban a paso veloz, pero ya sin carreras. La única brújula que llevaban era la corazonada de que seguían en sus dominios. Y que, enterados algunos de sus pistoleros de la situación, ya deberían andarlos buscando.

El Mayo ordenó apagar los radios y poner los teléfonos celulares en modo de vibración, pero sin contestar las llamadas. Hablaban en voz baja y a señas, lo necesario para trasmitirse instrucciones vitales para ellos.

Dispuso que deseaba salir a la altura de una comunidad cuyo nombre mencionó. “Ahí hay gente que nos ayudará a escapar”. Solo que no sabían el sitio exacto de ubicación. Casi a la medianoche vieron las luces de un pueblo. “Vamos allá a buscar a alguien que nos guíe”, acordaron.

Buscaron a un hombre que conociera el monte “como la palma de sus manos”. Lo hallaron no tan viejo para soportar la caminata, pero ni tan joven por lo de saberse al dedillo la ruta de escapatoria. “Sáquenos de aquí, a como sea y le vamos a corresponder muy bien”, le dijeron.



Ellos caminaron sin parar mientras que el ejército de seguridad personal del Mayo organizaba la búsqueda, palmo a palmo, por esa zona de Culiacán limítrofe con Cosalá. Enterados sus lugartenientes, ya habían descartado que los soldados tuvieran a su jefe. También Vicente Zambada Niebla, el Vicentillo, fue puesto al tanto de la circunstancia en que se hallaba su padre. Se colocó al frente de la operación de localización.

Al igual que el Mayo lo hacía al brincar arroyos y subir y bajar cerros, el Vicentillo se preguntaba, camino al sur del municipio de Culiacán, qué había fallado con los contactos en el Ejército, la Policía y con los vigilantes esparcidos por las rutas y puntos cercanos a la guarida.

“Qué manera de comenzar el año”, renegó el jefe del cártel de Sinaloa, recordando que empezaba el 2009.

Ya eran las siete de la mañana del día siguiente cuando divisaron el poblado al que querían llegar. El ánimo les cambió, se sintieron seguros y aunque los celulares no tenían señal, por radio empezaron a hablar a sus pistoleros y familiares. “Estamos bien, vengan por nosotros”. Al guía le agradecieron y le ofrecieron buscarlo para recompensarlo por sus servicios. “Quien sirve al Mayo se hace rico”, le comentó uno de los guardaespaldas.

Y sí. El Mayo escapó de ser capturado por el Ejército —fuerzas élites enviadas directamente de la Secretaría de la Defensa Nacional, sabría después— y el guía recibió de regalo una fortuna.

A esto se refiere Ismael Zambada en el encuentro que sostuvo con el periodista Julio Scherer, del cual da cuenta la revista Proceso en su edición 1744:

—¿Algunas veces ha sentido de cerca al Ejército?
—Cuatro veces, el Chapo más.

—¿Qué tan cerca?
—Arriba, sobre mi cabeza. Huí por el monte, del que conozco los ramajes, los arroyos, las piedras, todo. A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido, como al Chapo. Para que hoy pudiéramos reunirnos, vine de lejos. Y en cuanto terminemos, me voy.

Fuente: El blog del narco

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