Historia: El infierno de vivir en tierra de narcos


NARCOVIOLENCIA.- El padre de Emiliano Ramírez llegó a su casa tambaleante a la hora del desayuno. Traía la boca reventada y ambos ojos inflamados; los pedazos rotos de su dentadura postiza, los sostenía con ambas manos y sangraba. Sicarios de los Caballeros Templarios le habían golpeado con las cachas de sus rifles, una de esas cálidas mañanas de septiembre del 2013 en La Ticla, comunidad ecoturística nahua perteneciente a la región costera de Santa María de Ostula, en Michoacán.

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El abuelo de 70 años llevó a su hijo el mensaje de los criminales: “nos dan dos horas para irnos de aquí”.

Alzar la voz en las asambleas comunales por el despojo de tierras indígenas y la demanda por erradicar al crimen organizado de su pueblo, había convertido a Emiliano y a su familia en desplazados, exiliados de su propia comunidad. Hacía un año que habían sentido en carne propia la brutalidad y salvajismo templario. Si no salían de La Ticla los matarían a todos.

Seis días después de la huida, los recuerdos familiares de Emiliano yacían regados en la terracería afuera de su pequeña casa de madera; la habían saqueado. Incluso las mesas y sillas de su restaurante desaparecieron.

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Los Templarios volaron los candados de la entrada con una ráfaga de metralleta, robaron lo que pudieron y se instalaron cómodamente en el domicilio. Ninguna autoridad se apareció para impedirlo. Nadie dijo nada. Una fotografía enmarcada que Emiliano le tomó a su madre el día que llegó de Estados Unidos en 2009, era pateada por los invasores en plena en la calle. Una vecina amiga de la familia de Emiliano pidió que le entregaran la fotografía: ¿La quieres?, preguntó el hombre. La vecina asintió. ¿Cuánto me vas a dar por ella?

Los criminales pidieron $200 pesos por entregar la fotografía, y sólo así Emiliano recuperó el único recuerdo, todo lo demás fue destruido.

Pero ese no era el comienzo de la pesadilla que vivía la familia Ramírez. El infierno venía de años atrás, cuando los sicarios de Federico González Medina, “El Lico”, jefe templario de la localidad de La Placita en el municipio de Aquila, llegaban armados al restaurante de Emiliano y su esposa para pedir cerveza que nunca pagaban. El matrimonio jamás les discutió los consumos por el terror de ser asesinados ahí mismo.

“Hubo momentos en que los cabrones se quedaban dormidos de borrachos y ahí los tuve. Con un garrote los pude haber matado cuando se emborrachaban y quedaban ahí tirados. Toda la gente decíamos eso, pero no tuvimos el valor de hacerlo. No éramos iguales que ellos”.


La Ticla caminaba con la cabeza agachada y soportó lo más que pudo. Los Caballeros Templarios se habían apoderado de la región por medio del dos veces presidente municipal de Aquila, Mario Álvarez López, “El Chacal”, compadre del ex gobernador priista, Fausto Vallejo Figueroa, quien lo designó coordinador regional de la Secretaría de Desarrollo Rural para los municipios de Aquila, Coahuayana y Chinicuila, el 24 de marzo del 2012.

El entonces gobernador designó al terrateniente priista, a pesar de sus sabidos vínculos con “El Lico”, el jefe de plaza encargado de infundir terror desde los límites de Colima hasta el Faro de Bucerías.

En mayo de ese mismo año (2012) una mujer corrió a avisarle a Emiliano que Miguel, el mayor de sus hermanos; un maestro rural impulsor de la cultura nahua y activista político, había sido secuestrado cuando jugaba con sus hijos en la orilla de la playa.

“Sabíamos que nos lo iban a matar. Sabíamos que mi hermano ya no regresaría con nosotros. Fui con las autoridades locales y sólo me preguntaron que si sabía quién lo había levantado. Nadie nos ayudó. Los Ministerios Públicos estaban coludidos con esos cabrones”.

Cuatro días después, el cuerpo del maestro rural Miguel Ramírez, padre de cinco hijos, fue encontrado baleado afuera del panteón de Ostula.

“El asesinato nos desbarató”, dice Emiliano. “Fracturó por completo a mi familia. Después vino la golpiza a mi padre y la huida a otros estados. Yo me fui a Tijuana con mi familia, pero mis otros hermanos se fueron para otros lados. Nos estaban matando. La historia de mi familia es solo una de tantas que se han sufrido por aquí”.

Después de meses de exilio y de fugaces retornos, poco después del 12 de febrero del 2014, cuando la asamblea de 1200 personas en Ostula decidió regresar a Xalacayán para retomar las tierras despojadas por los Caballeros Templarios, Emiliano regresó definitivamente a La Ticla para luchar en el alzamiento encabezado por Cemeí Verdía, comandante de las fuerzas de autodefensa nahuas en Aquila, y quien actualmente está preso en el penal de máxima seguridad de Tepic, Nayarit por el delito de homicidio calificado.


Al respecto Emiliano explica:

“Han habido órdenes de aprehensión por homicidio calificado de un Templario de cuando emboscaron a Cemeí. Ahí quedó (muerto) en el enfrentamiento. (Las autoridades) le hacen más caso a un criminal. ¡Con qué rapidez giraron la orden de aprehensión contra los compañeros, siendo que nosotros hemos pedido justicia desde el 2009 y no se nos ha hecho caso! Nosotros desde hace tiempo estamos denunciado a Federico González “El Lico” y a Mario Álvarez López “El Chacal” y siguen libres, pese a haberlos denunciado en Coalcomán y en Colima”.

Las demandas de los habitantes de Santa María de Ostula hacia las autoridades de los distintos niveles de gobierno, contienen el mismo clamor que las otras regiones dentro del conflicto armado en Michoacán; un ruego sordo por tener seguridad en sus poblados, por acciones permanentes que garanticen la integridad y el trabajo de las personas que han sido vulneradas, asesinadas y desplazadas a lo largo de un conflicto en que el Estado mexicano se ha visto absolutamente rebasado.

Pese a los discursos políticos que hablan de un México en paz, y los intentos exiguos del gobierno federal por lograr un desarme, las voces indígenas nahuas dejan en claro que no depondrán las armas si los criminales como “El Lico” y “El Chacal” siguen libres y flotantes en el pantano inmenso de impunidad donde México está asfixiantemente sumido.

Actualmente, la familia de Emiliano permanece separada. Hace meses que no ve a su esposa y a su hijo. Pudo recuperar su casa después de que los Templarios salieron huyendo durante los alzamientos comunitarios en 2014, pero vive solo y apoya en la organización y logística en el bloqueo de Xalacayan. La foto enmarcada de su madre ha regresado a la pared de madera, y sus demás recuerdos se han quedado prendidos en fragmentos de memoria.

Fuente: El blog del narco


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