Alfredo Ríos Galeana, el “enemigo público número uno”. Foto: Cuartoscuro
Ciudad de México, 27 de julio (SinEmbargo).– Pocos días antes de la Navidad de 1981, alguien desde afuera de la cárcel de Pachuca, pasó un mástil de siete metros para antena de televisión relleno de cemento.
El aire frío cortaba las manos de los hombres que corrieron hacia la barda del patio y se arrastraron hasta el punto convenido. Los rizos del líder se ondulaban en la carrera.
Los cómplices apoyaron la pértiga en el muro norte del reclusorio y por ahí escalaron Alfredo Ríos Galeana y dos de sus socios, todos acusados de homicidio, decenas de robos, asociación delictuosa, daño en propiedad ajena, lesiones, amenazas, injurias, golpes, acopio de armas prohibidas, asaltos bancarios…
Quedó atrás, presa, Yadira Berber Ocampo, pareja de Ríos Galeana señalada como su cómplice.
“El Enemigo Público Número Uno” estaba, otra vez, libre.
Ríos Galeana contrajo su 1.90 metros de estatura y giró la cabeza de un lado al otro. Nada, sólo la maleza reseca y ondulada por el viento.
–Un arma –exigió Ríos Galeana a los hombres que lo habían ayudado con el escape.
No existen datos de cuánto costó la lealtad de los dos tipos pues, al final, no les pagó con plata. En los documentos tampoco está claro si, en ese preciso momento, los cómplices de los reos vestían su uniforme de custodios del penal.
Uno de los guardias alcanzó un revólver y la manaza del ladrón abrazó el fierro. Levantó el brazo hacia el carcelero.
¡Pum!
El primer guardia cayó al suelo. Antes de que el segundo de ellos alcanzara a protestar, le hizo compañía en la dorada y helada hierba de Hidalgo, estado que tenía entre sus diputados federales al priista José Murillo Karam, el mismo abogado que, convertido en Procurador General de la República, negaría la extradición de Joaquín Guzmán.
Perpetuos ladrones y recién refrendados asesinos, Ríos Galeana y los suyos siguieron su camino.
La policía fue tras una amante del Feyo en Tepeji del Río, Juana Sánchez. La mujer reconoció que el ladrón había pasado por su casa en la mañana, pero, como si presintiera la tormenta, se fue casi de inmediato.
No sólo varios guardias de seguridad estaban en la bolsa del asesino, ladrón y cantante. Agustín Hernández, juez 2 de lo penal en el estado de Hidalgo, recibió dinero suyo para no ejecutar una solicitud de exhorto girada por la Procuraduría General de Justicia del Estado de México.
Además trabajaba con el agente de la Policía Judicial Federal (PJF), una de las muchas policías mexicanas desaparecidas por insalvables en su colusión con narcotraficantes, incluido el Chapo Guzmán.
Alfredo, hijo de Sabino Ríos y María Damiana Galeana, afrodescendientes, nació en Arenal de Álvarez, Guerrero, el 28 de octubre de 1950.
Un año después, Sabino murió y María arrastró a su hijo único y su miseria absoluta a la Ciudad de México. La mujer se hizo costurera y el niño creció hasta medir un metro 90 centímetros. La nariz, la boca y los cabellos se le engrosaron al grado que sólo le cupo un apodo: El Feyo.
En 1969, bajo las insignias de sargento segundo de la Brigada de Fusileros Paracaidistas —Fuerzas Especiales Aeromóviles, precedentes de Los Gafes y, en consecuencia, de Los Zetas— del Ejército mexicano, Alfredo Ríos Galeana recomendó a su sobrino Evaristo Galeana Godoy El Tito para que ingresara como policía militar. En 1972 El Tito causó alta en el Segundo Batallón de Radiopatrullas del Estado de México (Barapem), creado por el entonces gobernador Carlos Hank González —y desaparecido pocos años después por resultar demasiado corrupto en una época definida por la corrupción—, al tiempo que el sargento Ríos Galeana utilizaba sus blasones para robar automóviles.
La banda era pequeña, compuesta por otros dos o tres militares de bajo rango que bebían ron y brandy en las cantinas de El Molinito, colonia popular de Naucalpan, Estado de México, invadida por prostitutas, travestis y vendedores de droga visitados por la soldadesca del Campo Militar Número Uno.
En las cervecerías de El Molinito, Ríos Galeana, El Tito y los suyos planearon el robo de 15 autos en las colonias Polanco, Lomas de Chapultepec y Las Águilas que, como referencia, sería sitio de residencia del futuro Presidente Felipe Calderón.
Los militares revendían los autos en el estado de Guerrero, entonces tomado por el Ejército, la Policía Judicial Federal y la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en la guerra sucia emprendida contra la guerrilla y disidentes comunistas.
Los ladrones tuvieron el poco tacto de hurtar el automóvil de alguna familia con influencia y el gobierno mexicano decidió rendir resultados con la presentación de los ladrones.
En octubre de 1974, Ríos Galeana fue detenido por el Servicio Secreto del Distrito Federal, uno de los primeros servicios de inteligencia en México, y consignado por robo, asociación delictuosa y portación de arma de fuego.
Fue preso en la vieja cárcel de Lecumberri y luego trasladado al Reclusorio Oriente. Obtuvo su libertad el 4 de diciembre de 1976 y, como si los antecedentes penales se hubieran esfumado de su historial —se dice que medió pacto con el Servicio Secreto—, Ríos Galena obtuvo la comandancia de la policía de Santa Ana Jilotzingo, Estado de México.
Instalado ahí, ofreció a su sobrino Tito el puesto de subcomandante. Pronto rearmaron la banda de ladrones y evolucionaron al asalto bancario.
El Feyo se convirtió en 1978 en patrullero del Segundo Barapem en el Estado de México, al que luego comandó. La fuerza fue integrada pocos años atrás por Carlos Hank González, Gobernador del Estado de México entre 1969 y 1975, patriarca del Grupo Atlacomulco a quien su sucesor Arturo Montiel Rojas levantó una estatua monumental en el Paseo Tollocan de Toluca.
Oficialmente, el Barapem fue creado como modelo de unificación policíaca y extraoficialmente como aparato de persecución política ante la expansión de las guerrillas en los años setenta.
En realidad funcionó como una estructura para controlar –no desaparecer, sino organizar– al creciente crimen en el Estado de México. Si alguien robaba, debía ser con el consentimiento de la policía y participar de lo robado a ésta. El esquema alcanzaría su cúspide en el Distrito Federal bajo las órdenes de Arturo Durazo Moreno y durante la regencia de Hank González, cuya herencia política sería reivindicada con honores por Enrique Peña Nieto.
Desde esta posición de ventaja, Ríos Galeana vigilaba los bancos mexiquenses sin causar sospecha, diseñaba sus robos y dirigía a ladrones y policías (Ríos Galeana se convirtió en la síntesis más acabada de ambos).
El Feyo amaba los autos y volaba en un Valiant Super Bee. Para entonces se le contaban al menos 21 atracos principalmente en los estados de Hidalgo, Puebla y México. El Gobierno mexicano optó por ir en su caza nuevamente.
La banda crecía. Julio Cervantes Sánchez, otro de sus socios, entró en 1974 al Segundo Batallón de la Policía Militar con base en el Campo Militar Número Uno y luego fue enviado a la Sección de Policía Militar del Heroico Colegio Militar. Allí permaneció hasta 1983, cuando fue detenido en Cortazar, Guanajuato.
Cervantes, quien daría datos importantes del Feyo, participó con Ríos Galeana, entonces parapetado en el nombre de Luis Fernando Berber, en 32 asaltos a bancos, tiendas de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo*), supermercados, casas particulares, tiendas de ropa y oficinas de gobierno.
El 26 de agosto de 1979, la DFS tuvo conocimiento “confidencial” de que Ríos Galeana vivía escondido en Jilotzingo, Estado de México, en la casa del ex presidente municipal Víctor Aceves Rojas. Éste, como alcalde en funciones, ordenó a Ríos Galeana asesinar a dos hombres. Y el 26 de agosto de 1979 dio avisó a la DFS de que Ríos Galeana estaría en un palenque de feria.
No como espectador.
Ríos Galeana, ex paracaidista militar, ex policía, ladrón, líder, bígamo y asesino, también era cantante. Se hizo llamar El Charro del Misterio, y de sí mismo dijo tener “la voz que canta al corazón”.
El hombrón, con la papada replegada, hacía pucheros y entristecía los ojos para cantar, como es debido, las canciones de Javier Solís.
En un cofre de vulgar hipocresía
ante la gente
oculto mi derrota
payaso con careta de alegría,
pero tengo por dentro el alma rota.
[…]
Payaso,
soy un triste payaso
que oculto mi fracaso
con risas y alegría
que me llenan de espanto.
Hombre costeño, Ríos Galeana hablaba con acento del norte y al cantar domaba ese potro que normalmente lo hacía tartamudear.
Cantaba en ferias pueblerinas y en cantinas de la ciudad. Una fue La Taberna del Greco, en la avenida Juárez, frente al Hotel del Prado.
Sus amores también fueron del ambiente e incluyeron una mujer que trabajaba en el restaurante Los Tres Caballos, cerca de la esquina de Tlalpan y Taxqueña. Algunos vasos grabados con el nombre de ese lugar se encontraron junto con varias botellas de coñac, la bebida favorita del Feyo, en la primera casa que le ubicó la policía en la colonia San Pedro de los Pinos.
La policía estaba cerca y prometía resultados. Entonces, como ahora y desde siempre, los encargados de su captura proferían las frases para subrayar su pundonor persecutorio: “Hasta las últimas consecuencias”, “gústele a quien le guste y pésele a quien le pese”, “nadie por encima de la ley”, “México es un país de leyes en que impera el Estado de Derecho”.
***
El Feyo era galante y caballeroso. En el robo de un banco en Ixtapaluca, al oriente del Estado de México, había una mujer embarazada en la fila, congelada por el susto. Cuando Ríos Galeana tuvo el dinero de la bóveda, tomó un fajo y se lo dio a la mujer. Advirtió al cajero: “¡Si se lo quitas, vengo y te parto tu madre!”.
En 1981, en un gesto de humor absolutamente involuntario, Arturo El Negro Durazo Moreno designó a Ríos Galeana, especie de John Dillinger a la mexicana, como el “enemigo público número uno” del país.
Ordenó su persecución a la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) bajo el mando del coronel Francisco Sahagún Baca, torturador y miembro de la Brigada Blanca, cuerpo persecutor de la disidencia política. Se envió la filiación del ladrón a todas las policías del país. Un perfil de viso psicológico elaborado por la Dirección Federal de Seguridad del Feyo lo describe:
“Es temerario. Amedrenta fácilmente y confía en lograrlo. Nunca demuestra miedo. En los asaltos, en ocasiones, no saca su arma. Permanece mucho tiempo en las oficinas asaltadas, que generalmente regresa a asaltar. Es vanidoso y ególatra. Demuestra mucha seguridad en sí mismo y en su grupo. Se siente protegido por las autoridades. Es vengativo y galán. Impacta al personal femenino. Es criminal y sanguinario. Mata por placer. En infinidad de enfrentamientos con las autoridades ha matado muchos policías y no le importa que maten a sus compinches. Es frío y calculador, mientras no se le provoque es pacífico. Cuando se le provoca o se le entorpece mata, destruye”.
A fines de agosto de 1981, Sahagún Baca logró la captura de Ríos Galeana y otros cuatro miembros de la banda. Los ladrones fueron entregados a las autoridades de Hidalgo, estado también golpeado por la pandilla y donde, según los propios funcionarios, gozaban de más protección policiaca.
Fueron presos en la cárcel de Pachuca. El 19 de diciembre de 1981, alguien desde afuera de la cárcel pasó un mástil de siete metros para antena de televisión relleno de cemento. Apoyaron la pértiga en el muro norte del reclusorio y por ahí escalaron Ríos Galeana, Eduardo Rosey Lara y Leonardo Montiel Ruiz El León, acusados de homicidio, robo, asociación delictuosa, daño en propiedad ajena, lesiones, amenazas, injurias, golpes, acopio de armas prohibidas, asaltos bancarios y otros. Quedó atrás, presa, Yadira Berber Ocampo, pareja de Ríos Galeana señalada como su cómplice. Después asesinaron a los dos custodios que los habían ayudado en el escape. La policía fue tras una amante del Feyo en Tepeji del Río, Juana Sánchez. La mujer reconoció que el ladrón había pasado por su casa en la mañana, pero, como si presintiera la tormenta, se fue casi de inmediato.
No sólo varios guardias de seguridad estaban en la bolsa del asesino, ladrón y cantante. Agustín Hernández, juez 2 de lo penal en el estado de Hidalgo, recibió dinero suyo para no ejecutar una solicitud de exhorto girada por la Procuraduría General de Justicia del Estado de México. Además trabajaba con el agente de la Policía Judicial Federal (PJF) —ya también desaparecida por insalvable— Ricardo Campos Ayala.
Se refugiaron con Silvano Garza Dávila en un edificio de la colonia Panamericana, al oriente del Distrito Federal. Recibieron armas, dinero y planearon los siguientes asaltos.
Algunas sucursales, como la del Banco Continental de Tlalnepantla, Estado de México, y de Banamex en Tepeapulco, Hidalgo, fueron visitadas en tres ocasiones. Las autoridades calcularon que el monto robado, sólo a Banamex —entonces propiedad del gobierno, como toda la banca mexicana— rebasaba los 50 millones de pesos, y que la banda la conformaban de 15 a 20 personas.
La hermana de un policía reportó que fue “contratada” por la DFS para asistir, cerca de Zempoala, Hidalgo, a una reunión en la hacienda de un militar no identificado. En el sitio la mujer reconoció a Ríos Galeana y su banda. Jugaban póker y apostaban con puños de dinero. La mujer elaboró un croquis para llegar al sitio. Otra vez el general Arturo Durazo estuvo a pocos metros del sargento desertor Ríos Galeana. Pero se le escurrió. Luego, la DFS supo que Ríos Galeana vivía con una prima o hermana de alguno de sus lugartenientes, posiblemente el León o Mateo Ugalde Ruiz. Tampoco. El Feyo también era adivino y escapista.
En el asalto al banco de El Oro, Estado de México, los bandidos encerraron en la bóveda a los clientes y al personal. Uno de los empleados tenía una navaja de bolsillo y el gerente logró desarmar las perillas de combinación dentro de la bóveda. En 30 minutos todos habrían muerto por asfixia. En la Comisión Nacional de Fomento Minero, una oficina de gobierno, Ríos Galeana mató a cuatro policías después de emborracharse con ellos. A todos dio tiro de gracia.
En 1982, la Federal de Seguridad tenía la certeza de que Ríos Galeana operaba con protección de las autoridades de Hidalgo:
“En los asaltos anteriores a 1982, Alfredo Ríos Galeana se mostraba violento y sanguinario. Se le comprobaron más de 16 muertos entre policías y civiles. A partir de enero de 1982, Ríos Galeana ha cambiado totalmente su forma de operar, ya que se volvió más consecuente y más cínico. Por su estatura y complexión se siente dueño de la situación. Sólo amenaza una vez y guarda su arma. Se hace acompañar de Leonardo Montiel Ruiz y Eduardo Rosey Lira. También forma parte del grupo Mateo Ugalde Ruiz, de quien se sabe es un gatillero y funge como muro de contención. Este sujeto quiso pertenecer a la policía judicial de Hidalgo, pero fue rechazado”.
El 1 de abril de 1982, Ríos Galeana asaltó la sucursal Tepeapulco y se llevó un millón 44 mil 275 pesos. Pero el dinero no fue suyo. Entre los billetes había fajillas trampa que explotaron y esparcieron gas lacrimógeno y tinta roja que inutilizó los billetes. Con la cara convertida en una máscara de lágrimas y mocos, los ladrones huyeron. Regresaron el 8 de julio de ese mismo año. Se llevaron un millón 548 mil pesos, esta vez limpios.
A principios de 1982, Ríos Galeana obtuvo una cita con el cirujano plástico Ignacio Arámbura Álvarez. El ladrón fue al consultorio de la calle Tuxpan número 46, despacho 204, en la colonia Roma. En mayo ya tenía nueva nariz. Un año después el mismo médico adelgazó sus labios. Continuó el tratamiento con masajes de ultrasonido en la boca en el Hospital Metropolitano. Pagó 100 mil pesos por ambas operaciones. Remató la mudanza con permanente en el cabello. Entonces se fotografió para hacer la portada de su disco en el que se llamó Alfredo del Río. No huía del “enemigo público número uno”: escapaba delFeyo.
En diciembre de 1983 fueron detenidos El León, Eduardo Rosey Lira, Ismael Jacinto Dávila, Alberto Juárez Montes, Lauro Rodríguez Velázquez y Francisco Vera Montiel.
Ríos Galeana se tomó un descanso hasta que sus socios se fugaron en octubre de 1984. Leonardo Montiel estaba urgido de trabajo. Tenía un buen plan, presumió con su mirada de reptil prehistórico: el asalto al Banco de Cédulas Hipotecarias. La fuga había enriquecido a la banda y sumó a los fugitivos Gilberto Ornelas García y Salvador Ornelas Rojas el Pariente. También se integró Jaime Maldonado García El Jimmy, que no era un ladrón, sino un custodio que apoyó la fuga.
“Los maleantes que desean pertenecer a la banda de Ríos Galeana son seleccionados minuciosamente por él, exigiéndoles que reúnan determinadas características y una misma ideología, como son las de representar una actitud temeraria y agresiva, con antecedentes penales y de cierta peligrosidad, independientemente de ser astutos e inteligentes. Leonardo Montiel Ruiz es el más agresivo del grupo”.
El 8 de noviembre de 1984, entraron a las oficinas administrativas del diario Excélsior. Amarraron a los empleados y los tendieron sobre el piso bocabajo. Se llevaron 35 millones de pesos de la empresa y varios objetos de los trabajadores.
No sólo les gustaba el dinero.
Una semana después asaltaron la compañía electrónica Clarión. Se llevaron 481 autoestéreos con valor de nueve millones de pesos y 1.7 millones de pesos en efectivo de la caja fuerte.
El método también era flexible.
Ríos Galeana tocó la puerta del banco de Cédulas Hipotecarias, el sitio propuesto por Montiel y, cuando el guardia abrió, lo desarmó y amagó. Preguntó por las llaves de la bóveda y sobre la manera de desactivar la alarma. El policía no sabía. Le ató las manos y lo llevó al interior de las oficinas para que le mostrara el sistema de alerta, pero no pudieron desactivarla. Bajo el escándalo de la sirena hicieron un boquete en la pared de 50 centímetros por 40 centímetros con esmeriladora, martillo y cincel. Montiel Ruiz y Ríos Galeana entraron por el agujero. En el interior, cortaron las bisagras de la caja fuerte con esmeriladora y con una barra de hierro hicieron palanca. Desprendieron la puerta 25 centímetros y en este espacio introdujeron un gato de tijera con el que desprendieron la puerta. Sacaron 236 millones de pesos en las mismas bolsas del banco.
Alfredo Ríos Galeana también se llamó Luis Fernando Gutiérrez Martínez, según el reluciente título de su casa con su fotografía que lo acreditaba como ingeniero civil egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana. Lo compró en 100 mil pesos a principios de la década de 1980 en Puebla. Cursó parte de esa ingeniería y usó el título para justificar su dinero. Su otro seudónimo conocido fue Fernando Berber. Y con ambos nombres falsos se casó por el civil y por la Iglesia.
El 18 de enero de 1985, la policía detuvo nuevamente al León. Confesó la serie de asaltos, el nombre de sus cómplices y la ubicación del cuartel general, en la calle de Enrique Rébsamen. Ahí arrestaron a Jacinto Garza Dávila, Eduardo Rosey Lira y Gustavo Alberto Juárez Montes. Admitieron haber participado en varios asaltos a bancos, residencias de Puebla, Ferrocarriles Nacionales en Pantaco, así como al Centro de Desarrollo del Ambiente y Ecología, donde dieron muerte a un policía, hirieron a otro y lesionaron a una empleada.
Ríos Galeana cayó al poco tiempo. En su captura participó el policía judicial federal Miguel Silva Caballero El Chicochangote, quien años después sería involucrado en el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo durante una reyerta entre pistoleros de los hermanos Arellano Félix y del Chapo Guzmán.
El Negro Durazo no participó en el arresto de “el enemigo público número uno”. El ex policía y ex general —por designación de su amigo José López Portillo— estaba preso también.
En 1985, al Feyo se le seguían dos procesos por asociación delictuosa, seis por robo calificado, lesiones contra agentes de la autoridad, daño en propiedad ajena, tres homicidios calificados, disparo de arma de fuego, disparo de arma de fuego contra agentes de la autoridad, lesiones calificadas y evasión de presos.
No por mucho tiempo.
El 22 de noviembre de 1986, Ríos Galeana caminó por los túneles oscuros habitados en esos días por prostitutas y vendedores de drogas que comunican el Reclusorio Sur con sus juzgados penales. El reo llegó a la rejilla de prácticas del juez 33. Por el otro lado, el de la calle, llegaron seis hombres y una mujer
Esperaron al Feyo.
Cuando Ríos Galeana apareció, El Marino sacó una granada —le encantaban las granadas—, mordió la espoleta y arrojó la piña hacia el muro. Ríos Galeana comprimió su metro 90 centímetros de estatura y sintió la lluvia de piedras y polvo alrededor.
Cuando la neblina se disipó, El Charro del Misterio había desaparecido.
Al poco tiempo volvería a la prisión, pero sólo afuera de ésta. Rescató al Marino durante un traslado del Reclusorio Norte al Oriente. En el ataque a la camioneta aparecieron nuevos rostros, nuevos gatillos. Uno fue Juan Carlos Díaz Hernández El Jarocho, compadre y socio de Héctor Peralta Vázquez El Papis, pistoleros de los secuestradores Andrés Caletri y Marcos Tinoco Gancedo El Coronel.
Tras el rescate del Marino, el camino de Ríos Galeana tomó otra dirección
En el Lago de Guadalupe, Cuautitlán Izcalli, Estado de México, el ladrón fue rebautizado al cristianismo y se hizo llamar Arturo Montoya.
Volvió a cantar. Ya no a las mujeres, sino a Jesucristo. Vivía de administrar dos autobuses. Se hizo predicador, hablaba de la fidelidad matrimonial, forjó congregaciones de cristianos, se enlodó los zapatos para llevar a donde fuera la palabra del Señor.
A mediados de 1992, la sombra de Alfredo tocó la aureola de Arturo. El diario La Prensarecordó que el bandido andaba por ahí, impune.
Escapó a Estados Unidos.
Vistió de charro otra vez. No era más el Charro del Misterio. Era un mariachi de Dios y, de cierta manera, un escapista del crimen, un tránsfuga de sí mismo.
Reconozco Señor
que soy culpable.
Sé que fui
pecador imperdonable.
Hoy te pido Señor,
me vuelvas bueno,
porque tengo un amor
limpio y sincero.
Y si voy a seguir
siendo igual que antes fui
no la dejes venir
a llorar junto a mí.
De lo malo de ayer
hoy me arrepiento
es por eso que vengo
hasta tu templo.
Hazme bueno Señor
te pertenezco,
soy tu hijo también
y lo merezco.
En junio de 2005, un vecino suyo habló a la policía de Los Ángeles y develó el pasado de Ríos Galeana. Pidió recompensa. El enemigo público número uno estaba de vuelta en una cárcel mexicana. Luis, el mayor de los hijos de Arturo Montoya, dijo: “El hombre que la justicia persigue ya murió”.
Hace algunos años, los vecinos de la colonia Piedra Gorda, Cuautitlán Izcalli, llamaron una de sus calles Ríos Galeana.
Atribuladas, las autoridades priistas del municipio justificaron lo que consideran una deshonra por un supuesto error de los colonos, quienes habrían confundido el nombre del héroe de la Independencia Hermenegildo Galeana con el del viejo Enemigo Público Número Uno, Alfredo Ríos Galeana.
Lo cierto es que en el Estado de México, de donde se fugó El Chapo Guzmán, existen 65 cerradas, vías, avenidas y colonias llamadas Carlos Hank González. Existe la calle Carlos Hank González en la colonia Carlos Hank González.
Y nadie se avergüenza.
(*) La misma empresa pública ya desaparecida por cuyos desfalcos se acusó a Raúl Salinas de Gortari —hermano del ex Presidente Carlos Salinas— de peculado, tráfico de influencias y narcotráfico, sin consecuencia alguna.
NOTA:
Este reportaje fue elaborado con las siguientes fuentes documentales.
–Informe de la Dirección Federal de Seguridad del 26 de agosto de 1979 obtenido por Ley de Transparencia en solicitud hecha al Archivo General de la Nación (AGN).
–“Payaso”, del disco Payaso, 1965, letra de Fernando Z. Maldonado.
–Reportaje de Rolando Herrera publicado en Reforma el 16 de noviembre de 2003.
–Informe de la Dirección Federal de Seguridad obtenido por la Ley de Transparencia en solicitud hecha al AGN.
–Informe de la S-1 Brigada Especial Contraterrorismo del 13 de febrero de 1982 obtenido por la Ley de Transparencia en solicitud hecha al AGN.
–Informe de la S-1 Brigada Especial Contraterrorismo del 11 de octubre de 1983 obtenido por la Ley de Transparencia en solicitud hecha al AGN.
–Interrogatorio hecho a Alfredo Ríos Galeana del 11 de enero de 1985 por la Dirección Federal de Seguridad. Reporte obtenido por la Ley de Transparencia en solicitud hecha al AGN.
–Informes sobre Alfredo Ríos Galeana elaborados por la Dirección Federal de Seguridad, documentos obtenidos por la Ley de Transparencia en solicitud hecha al AGN.
–Declaración de Armando Martínez Siller, apoderado de Banamex, ante el agente del Ministerio Público en Ciudad Sahagún.
–Informes varios sobre Alfredo Ríos Galeana elaborados por la Dirección Federal de Seguridad, documentos obtenidos por la Ley de Transparencia en solicitud hecha al AGN.
–Averiguación previa 30/1266/984.
–Averiguación previa 8/4704/984.
–Causa penal 20/85 instruido por el Juzgado 10 de Distrito por los delitos de asociación delictuosa, robo con violencia, daño en propiedad ajena, portación de arma de fuego de uso exclusivo del Ejército y acopio de armas.
–Sentencia de la causa penal 187/85 instruida contra Alfredo Ríos Galeana por los delitos de falsificación de documentos y uso de documentos falsos, instruido por el juez 3 de distrito del Distrito Federal, Víctor Ceja Villaseñor.
–Parte informativo del 8 de enero de 1985, suscrito por los agentes de la Policía Judicial Federal, entre éstos Miguel Silva Caballero.
–Informe “Estado actual en las investigaciones relacionadas con el homicidio del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo”, elaborado por la PGR.
–Nota de Agustín Salgado del 12 de julio de 2005 publicada en La Jornada.
–Expediente penal de Juan Carlos Díaz Hernández.
–Reportaje “Como a Cristo, lo traicionan”, de María Idalia Gómez y Darío Fritz; publicado en la revista Chilango; tomado del archivo del Premio Nacional de Periodismo.
–“El Pecador”, letra de Alejandro F. Roth, del disco Rancheras con Javier Solís, 1967.
–Causa penal 16/85 instruida por el Juzgado 29 de lo Penal por los delitos de robo, asociación delictuosa, lesiones y daño en propiedad ajena.
–Causa penal 129/83 instruida contra Ríos Galeana por los delitos de homicidio, asociación delictuosa, robo, lesiones y portación de arma de fuego reservada para uso exclusivo del Ejército, Armada y Fuerza aérea instruida por el juez 4 de Distrito del Distrito Federal, Gilberto Chávez Priego.
–Causa penal 129/83 instruida por el Juzgado 4 de Distrito.
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